HACIENDO CAMINO AL ANDAR
Sandra Aiger (45) trabaja y estudia en el barrio San Martín de Florencio Varela, cursa la primera materia del Fines 1 para completar su ciclo primario. “Trabajo en una cuadrilla de mantenimiento y limpieza del barrio. Los compañeros que están en el último nivel del Fines 2 preparan chicos para exámenes y dan clases de apoyo escolar. Funcionamos en la Sociedad de Fomento y somos veintitrés adultos estudiando”, cuenta. Sandra está casada y tiene tres hijos de 20, 18 y 11 años, asegura que “soy otra mujer, antes de la cooperativa y de estudiar estaba en mi casa encerrada, limpiaba, planchaba y cocinaba. Con el trabajo y el estudio empecé a conocer a otra gente y otra vida, me vinculé, hacemos trabajo solidario y empecé a descubrir que yo sé y puedo ayudar a otros”, dice.
En 2001 la familia quedó sin nada cuando el marido perdió el trabajo y nació su hijo menor, “nos vimos en una situación horrible, haciendo trueque, aislados. La cooperativa fue de mucha ayuda en muchos sentidos porque no es asistencia, tenés que trabajar si querés cobrar. No es regalo, es trabajo. En la cooperativa me di cuenta de que no tengo estudio, recién empiezo el secundario y veo que mi vida no es las ollas y la escoba; tenemos cátedras, capacitaciones en derechos ciudadanos. Tengo 45 años y es la primera vez que me intereso por lo que pasa conmigo y con los demás, que la vida no es sólo mi casita. Empecé a tener conciencia y pude explicarle a mi hija que votó por primera vez qué significa votar, antes yo no sabía. Mi marido cambió, se plancha la ropa, se hace la comida, y estamos mejor, ve que soy capaz y que estoy contenta”.
“Ahora, sin camison…”
Laura Mascarucci (25), es de Ciudad Evita, La Matanza, trabaja en desmalezamiento y plantación de árboles, y con su secundario finalizado, está cursando la diplomatura en Economía Social que se dicta en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui), propuesta impulsada por los ministerios de Educación y de Desarrollo Social para optimizar la formación de los cooperativistas del programa Argentina Trabaja. “Somos muchos los que estamos cursando en la UNQui, yo casi no lo puedo creer. Soy casada, tengo una hija de 2 años, y también estaba encerrada en mi casa, deprimida, me sentía fuera de todo, hasta de mi propia familia, mi marido trabaja pero yo no aportaba nada. Siempre fui muy solitaria, el primer mes en la cooperativa no hablaba, ni me importaba qué les pasaba a los demás. Era yo y mis problemas, ése era mi mundo. La necesidad me fue empujando a hablar y mis compañeros, mujeres y varones, empezaron a ayudarme a comunicarme y a incluirme. Con el estudio pasaba lo mismo, me sentía muy insegura tanto en lo físico como en lo emocional, rechazaba a los demás. Ahora mis profesores me dicen que no soy la Laura que entró y apenas los miraba, ahora ayudo a mis compañeros. Como mujer también cambié mucho, bajé 40 kilos, el intercambio con todos fue dándome seguridad, fui sabiendo que puedo y que me dan la oportunidad de demostrarlo. Estoy feliz por mi hija y por mi marido, él está feliz, ahora me ve arreglada, de aquí para allá, con 40 kilos menos. Antes vivía en ojotas y camisón, ahora no hay más tiempo para estar en camisón…”
“Papa y yo juntos en el cole”
Belén Barrera (27) trabaja en el Comedor Comunitario y Centro Cultural La Colmena del Sol, en Los Polvorines, Malvinas Argentinas. “Es un lugar que construimos con nuestras propias manos, todas las tardes los chicos del barrio vienen a tomar la leche. Y ahí nosotros hacemos el secundario. Vengo de una familia de militantes comunistas, soy del Movimiento Territorial de Liberación, en 2001 andaba cortando el Puente Pueyrredón, y en el Ministerio de Trabajo, pidiendo trabajo y comida. Mis padres y yo éramos vendedores ambulantes”, cuenta. A los 17, Belén y su marido Daniel, también militante, ya tenían a sus dos hijos, hoy de 9 y 10 años, “antes me preguntaban ocupación y decía ama de casa, ahora digo que soy estudiante y cooperativista. Quiero ser periodista, estoy terminando el secundario y mi papá también. Sí, mi viejo y yo vamos juntos al colegio, ¿qué te parece?”, pregunta divertida.
“Cuando apareció el Argentina Trabaja en el barrio, pensamos que era puro chamuyo… Pero era verdad, no dependemos de los punteros ni tenemos que ir a escuelas nocturnas lejos de nuestros barrios. Los profesores son piolas, muy conscientes de lo mucho que le cuesta a alguna gente animarse a estudiar, por vergüenza, por temor a pasar por tontos, porque son mayores. Adultos que nunca pensaron que iban a volver a trabajar y menos a estudiar”, afirma.
Belén dice que se siente más segura, valorizada y reconocida, aunque sus hijos la retan cuando no saca buenas notas. “‘Ma, cómo te vas a sacar un seis’, me dijeron cuando me descubrieron un trabajo que yo había escondido, ¡si no con qué autoridad les digo que estudien más! Muchas veces me acompañan al colegio, nos compramos las carátulas juntos, y cuando empezaron las clases fueron con mi papá a ayudarle a elegirle los útiles y le dijeron ‘abuelo, la cartuchera te la vamos a comprar nosotros’; le regalaron una de Boca, y mi papá estaba a punto de llorar… Ya cumple 56 años y está haciendo el Fines 2.”
Elsa Arce (46) es de Lanús y cursa el Fines 2; su cooperativa se dedica a rehacer las plazas del distrito. “Yo me encargo de hacer los dibujos. Estoy tan contenta de poder estudiar. Antes de las cooperativas siempre trabajé como empleada doméstica y niñera. Vivo con mis padres que ya están viejitos. Me cambió mucho esto, primero no estaba muy segura de entrar a estudiar, no me animaba, pero un día amanecí preguntándome por qué no lo iba a hacer, si me daban la oportunidad. Y aquí estamos, dándole para adelante con mis compañeros, nos ayudamos entre todos. Y la gente se acerca, nos va conociendo, nos ve haciendo cosas por el barrio y también estudiando y muchos terminan viniendo a la escuela a estudiar”, dice.
Daniela (21) es también de Lanús y terminó su primaria hace días; tímida y pícara dice “yo voy a decir la verdad, abandoné la primaria de chica, iba a la escuela a boludear y no aprendía ni estudiaba nada. Ahora me puse las pilas y empecé a estudiar, mi hermana me preguntó si quería y me anotó. Yo antes me quedaba en mi casa, no hacía nada de nada. Soy soltera, somos once hermanos y ahora la mayoría estamos haciendo la secundaria. Cuando me quedaba sola y sin nada que hacer me sentía re mal, esto me cambió mucho; soy la más chica y mi mamá quería que estudie, ella es vendedora ambulante, ahora en casa trabajamos todos. Nuestros padres están muy contentos de que estudiemos. Además, nueve de los once hermanos somos mujeres y ¡ninguna tiene un hijo!, así que ellos están recontentos”, cuenta.
“No hay que tener vergüenza, chicas…”
Sobre el fin del encuentro con Las 12 las chicas se envalentonan y comentan que muchas mujeres se han separado después del Argentina Trabaja, mujeres golpeadas que vivían “encerradas en su mundo y en su drama, postergadas, no tenían otro futuro que el de que las cagaran a palos y estaban bloqueadas. Ahora un montón dijeron basta, yo me planto, yo soy dueña de mi cuerpo, de mis años, de mi casa y ahora tengo sueldo y puedo bancar a mis hijos; y el tipo se va o lo echan y saben que cuentan con el apoyo de las compañeras”, relatan en grupo. “Además, también empezaron a venir especialistas a darnos charlas sobre nuestros derechos, sobre nuestra sexualidad… ¡No hay que tener vergüenza de decirlo, chicas! Vamos, que muchas mujeres no sabíamos qué era el placer de tener una buena relación, porque el hombre nos trataba como un objeto. Ahora nos hablan de nuestros derechos, de que podemos decidir cuántos hijos queremos tener, cómo cuidarnos. Ahora nos despertamos y somos polvoritas, y viste que la pólvora es como un buscapié…”, dice Belén eufórica.